martes, 23 de agosto de 2016

La casa del pueblo

He vuelto a tu casa.

La cerradura está oxidada pero sigue funcionando el mismo truco para abrirla de cuando volvía de madrugada aquellas noches de verano.
Idénticos rayos de luz inundan el pasillo que tantas veces recorriste con muletas
para demostrarnos que sabías defenderte pese a todo. 
Faltan muebles y retratos.
Sobran penas y nostalgia.

Deambulo por la casa. 
No sé si queriendo descubrir algo u ocultarlo.
No sé si deseando encontrarte a media luz en tu sofá
o rogando perderme un poco más sin tu presencia.

Hay cosas que siguen tal y como las dejaste.
El bordador sostiene una costura que nadie acabará 
y en la chimenea reposan las cenizas de aquella Nochevieja.
En la pared de la bodega cuelga la palabra FELIZ del único cumpleaños que celebramos. 
La dejarías colgada con la esperanza de que hubiera muchos más. 
Pero ya no.

En el patio aún luchan por sobrevivir las plantas que se riegan cuando llueve.
Están tristes. Añoran las tardes de visitas y conversaciones con las vecinas. 
Te echan de menos.
Como todos. Como yo. 

Armada de valor he entrado en el desván. 
¿Sabías que nunca antes pude hacerlo? 
De pequeña temía revivir todas las películas de terror que veía entre los dedos;
de mayor me alertaron del peligro de hundimiento. 
Ahora, qué más da. Malvivo hundida desde que te marchaste.
Un baúl con telarañas, cuadros heredados y un espejo enmohecido despiertan la imaginación de esta niña que siempre se resistirá a crecer.

Me he asomado a la cocina y he creído verte frente a los fogones, 
cocinando con el mimo con el que todo lo hacías. 
Me has sonreído y he escuchado que decías: 
"¿qué he tardado? No te vayas sin cenar".

He sentido el impulso de abrir tu armario. Perdona la intromisión. 
Supongo que quería comprobar que tu perfume permanece a pesar de las carcomas. 
De una percha de madera pendía un vestido de esos que lucías cuando seguías siendo joven a pesar de las tristezas y del pelo plateado. 
Me he deslizado en su interior y he visto tu rostro en el espejo, 
el abuelo paseando contigo de la mano
y he llorado al sentir el frío de unos dedos que nunca entrelazarán con tanto amor. 

He apagado las luces antes de salir y,
a tientas,
acaricio las grietas en la pared que encuentro a cada paso.
La casa te llora.
Cierro el portón imaginando que, 
con cada vuelta de llave, 
cobra vida lo que tantos años fue un hogar.
En su interior, todos los fantasmas que ahora lo habitáis:
un perro que ladra a una jaula ya vacía,
el pequeño en su triciclo,
los mayores con pelliza y caramelos.
Tantos a los que nunca conocí pero de los que siempre supe.
Todos juntos, de nuevo.

He vuelto a tu casa. 
Te veo, os veo, despedirte tras el cristal. 
Ya no estás. Pero has vuelto.
Y tu recuerdo sigue aún más vivo que nunca. 

viernes, 1 de enero de 2016

2016, voy a por ti.



En mi bolso se puede encontrar de todo. Y de nada. Lo que nunca falta es mi agenda, consecuencia de esta mala cabeza y desastroso corazón, que siempre anda perdido y buscando(te) en el calendario. Cómo voy a hacer recapitulaciones de este intenso y caótico año si todavía no tengo ordenados los añicos en los que me ha dejado convertida y tengo pendiente tirar la basura de mis despojos.

Enero me sorprendió subida a un escenario. Escribir, que comenzó hace años como terapia, se ha terminado convirtiendo en un motivo más para vivir. Al final, esconderme tras los sentimientos ha sido la forma de mostrarme al mundo.

He conocido a personas tan interesantes a las que nunca pensé que tendría la dicha de llamar amigos y en las que nunca imaginé sentir hogar entre sus brazos. ¿Cómo carajo conseguí sobrevivir sin ellos?

Me han hecho recorrer continentes sin salir de mi país y añorar los viajes con olor a mate y mandarinas. El mar me ha dado los buenos días desde un piso 13º y el cielo me regaló sus mejores estrellas desde una buhardilla de Madrid. He visto llover en Murcia mientras conseguíamos derretir al Sol. He sido princesa en La Alhambra, vagabunda en su mirada y reina de un castillo. He añorado más días de playa y olvidado esos planes que nunca hicimos. Fuiste turista entre mis piernas y aborigen de mis ganas. He hecho más maletas que el amor, joder, y deshecho menos equipaje que ilusiones, joder.

La vida profesional no me ha dado tregua. Y menos mal. Esta profesión que nunca dejaré de defender me ha costado algún problema de salud. Pero me ha dado, paradójicamente, más vida y espíritu guerrero para seguir dando la lata. Y amigos (adorablemente frikis). Os quiero.

Las bodas a las que he acudido (convirtiendo en impar siempre la mesa) me han hecho creer que eso del "amor para siempre" y "hasta que la muerte nos separe" puede llegar a ser cierto cuando he llorado al ver la felicidad en otros ojos.

Desde que nos dejaste en abril, el patio no ha vuelto a florecer. Ni he sido capaz de escribirte un solo verso. Será que poner palabras supondría asumir tu ausencia y yo, muchos días, aún tengo la sensación de volver a encontrarte en tu sofá mientras giro las llaves de casa. Tu muerte ha unido aún más a los que siempre fuimos familia.

Hubo personas que decidieron desaparecer y, con su huida, me encontré desaparecida. Tampoco he vuelto a escribir nada alegre después de él. Ni todo lo que escribo es para ti. He olvidado ropa en habitaciones a las que nunca volveré; y en camas que fueron casa cuando regresé.
Nuestras mejores fotos quedarán en mi recuerdo. Como tú. Pero qué difícil es aceptar que no soy más que un borrador, un tachón de la libreta del primer cajón de tu mesilla, un día cualquiera del calendario, otro número más en tu agenda telefónica. La que, al parecer, no debió ocurrir, aunque no fuera eso lo que me decías entonces. ¿Desde cuándo se mantiene oculto aquello que te hace feliz?

Despido el 2015 con la pena de no haber compartido más días contigo ni haber sabido darte lo que necesitabas, pero con la convicción de haberme dejado la piel por cruzarme en tu camino una y mil veces y que, al hacerlo, me siguieras deseando con ilusión y brillo en las pupilas.
Abandono el 2015 arrepentida por tragarme todas las palabras que quise decirte por temor a que engrosaras tu muro con otra capa de cemento, pero con la seguridad de que estando a tu lado no se me ocurría que pudiera existir un lugar mejor.
Y te pido perdón por no haber conseguido derribar de una patada ese puto muro y que, por fin, me creyeras. Disculpadme aquellos a los que no supe cuidar como realmente se merecían.
El 31 de diciembre es la fiesta del preestreno. Y son las lágrimas que contuve 364 días y, hoy, han colmado el vaso.
Es otro año que sumar al silencio de tus ladridos. 

He sido agua y fuente. Piedra, papel y tijera. Bata blanca y el número en un historial. Salud y enfermedad. Borrón y cuenta nueva. Canción y poema. Capítulo y libro. Lágrimas y hombro. Escoba y escombro.

Lo más increíblemente bello de este año comenzó a latir sin previo aviso pero con el mayor deseo posible. Y no dejó de latir, ni de crecer, ni de patalear, ni de hacerme descubrir que se puede amar a quien aún no has conocido. Pero ya sí. Ya estás aquí. Y me confirmas que has llegado para ser mi razón -y corazón- para vivir.

Un año de versos, acordes, recitales, presentaciones, congresos y conciertos. Letras, ciencia y música. Familia y amistad. 
Mi vida, caótica. Mi vida, distinta. Mi vida, después (y a pesar) de todo.

Gracias, mamá. Gracias, papá. Gracias, hermana.
Por aguantarme, que ya es mucho, y resume todo.
Y por estar. Siempre.
Y por enseñarme a amar aunque a veces reniegue de este arrítmico corazón.

2016, con esta compañía, voy a por ti.