Ya han pasado algunos años desde aquel día en el que creí que todo se acababa, que el mundo se me caía encima. He aprendido a vivir con la tensión y el riesgo de un equilibrista, disfrutando de la brisa mientras mis pies, paso a paso avanzan por un cable de final desconocido pero siendo consciente de que un mínimo fallo, mílimetros tan sólo, bastan para caer al vacío. Llega un momento en el que te olvidas del fino alambre y corres, saltas, bailas.... piensas que a tus pies hay un manto acolchado que te protegerá si te preicipitas; "a mí no me puede pasar". Sin embargo, el viento fresco de las alturas se encargará de recordarte la situación en la que te encuentras.
Ya han pasado algunos años desde aquella primera consulta. Dermatólogos, internistas, maxilofaciales. Muchas ciudades. Muchos hospitales. Miedo. Desesperación. Interrogantes. Dolor. Y espera. Excesivas esperas.
- No sabemos qué es, señorita - comenta el médico. - Haremos una biopsia. Pero tranquila, ya veremos qué nos dicen los resultados.
El corazón se me acelera. ¿Biopsia? ¿Que esté tranquila? ¿Que ya verán los resultados?
-¿Y para cuándo estarán los resultados?- respondo.
-Para dentro de una semana.
¿Quéééé? Los ojos se me abren como platos. Siempre me han dicho que hablo con ellos, que aunque fuera muda se me entendería. Una semana es mucho tiempo. Siete días de agonizante espera. Siete noches. La oscuridad abre la puerta al pánico, con luz todo se ve más claro. Incluso los pensamientos. No quiero contárselo a nadie. No al menos hasta saber los resultados. No puedo destrozar los días y las noches de mi familia. Esperaré.
- Anatomía patológica ya nos ha respondido, joven. Es benigno. Pero....
-¿Pero?
- Pero su ubicación es muy singular. Nunca antes vi algo así. Tenemos que estudiar el caso- responde con un brillo en los ojos que deja ver el entusiasmo y el reto médico que supone una historia diferente en su monótona consulta.
Agarra el teléfono y en una fracción de segundo la consulta se llena de batas blancas. Yo, en la camilla. Un foco de luz blanca me enfoca la cara. Aquello parece más un interrogatorio. ¡Pero si yo no he matado a nadie!, pienso. Uno tras otro se van presentando. Todos son colegas y se ha corrido la voz del caso. Todos parecen entusiasmados con este nuevo reto profesional. Todos menos yo. Pienso en mi familia. No saben nada. Estoy a 400 km de casa y por ahora espero que sigan sin saberlo. Aún no me han dado datos convincentes. ¡Aún no sé qué me pasa! Bajo el murmullo de los asombrados colegas yo sigo absorta en mis pensamientos; ahora mismo es lo único que me salva. A esa hora y en ese momento mis padres estarán trabajando, mi perrita estará dormida en su cama, y mi hermana en la facultad a 600 km.
- ¿Podemos fotografiarte? A los médicos de La Paz nos gustaría reunirnos, estudiar tu caso y presentarlo en un congreso.
- Si eso sirve para curarme, de acuerdo- respondo.
Vuelvo 15 días después. Me intriga ver qué han estudiado.
- Mónica, - ya he dejado de ser un número de historia clínica. A los casos raros les ponen nombre- no hemos encontrado otro caso igual al tuyo en toda España. Tampoco tenemos datos certeros de que haya ocurrido en otro país, pero quién sabe si habrá alguna otra persona que se encuentre en tu misma situación en algún lugar del mundo.
- Vaya, hubiera preferido que me tocara la lotería -digo esbozando una sonrisa forzada.
- Bueno, por ahora no podemos hacer nada más. Irás viniendo a revisiones periódicas o si notas que aumenta de tamaño y aparecen nuevos síntomas. Siempre serás bienvenida.
¡Como para no serlo, si los tengo entretenidos con mi tragedia! En la consulta me siento tranquila. Lo peor viene cuando cierro la puerta de casa, me siento en la cama....y sólo puedo llorar. Soy un caso perdido.
Van pasando los meses. Aún no lo he contado. Es febrero, decido esperar al verano, cuando regrese a casa y pueda tener más control sobre la situación. Cada cierto tiempo acudo a la consulta. Más biopsias. Más bisturí eléctrico. Más cicatrices, en la piel y en el alma. Pero ninguna solución definitiva. Al parecer no pueden eliminarlo del todo por riesgo de destrozar el conducto parotídeo, y sería peor el remedio que la enfermedad.
- ¿Hay alguna razón para que esto me haya salido? - le pregunto al especialista.
- Que va, no tienes ningún factor de riesgo. - Esta vez su mirada es compasiva.
Con el tiempo, paciente y médicos vamos cogiendo confianza. En el hospital ya me paseo como si fuera mi segunda casa y me conocen desde los celadores hasta el director. Ya ha pasado año y medio y siguen sin descubrir mi curación.
- ¿Algo nuevo para mí?- pregunto como si estuviera en una tienda de ropa.
- No. Lo mejor que se me ocurre es llevarte a dar un paseo por Gran Vía.
- ¡No me joda! - respondo.
- Hay que desear que no se obstruya el conducto. A ver si hay suerte.
- No puedo depender de la suerte para vivir. Me he acostumbrado a esta situación, pero estoy tremendamente asustada. Nadie sabe lo que me va a pasar. De un día para otro mi vida puede dar un giro de 180º. Necesito alguna seguridad. La ciencia avanza. ¡En los periódicos leemos que se trasplantan caras! ¡Cosen un brazo a la barriga para que no pierda riego sanguíneo y posteriormente volverlo a ubicar en su sitio! ¿Y usted me dice que yo no tengo solución? No me lo quiero creer.- Es la primera vez que lloro en su consulta. Más que de tristeza son lágrimas de incomprensión, desconcierto, dudas.....y miedo.
- La solución definitiva es la operación. Necesitarías anestesia general y se realizaría mediante técnicas de microcirugía. Es complicada, ya que la zona es muy delicada y .................. (más datos detallados sobre la operación). Yo, a día de hoy, no lo haría.
- ¿Qué riesgos hay?- le pregunto.
- Los comunes a la anestesia general y.....esto.....ehhh.....parálisis facial, afectando incluso a la función de la glándula lagrimal.
- ¿Probabilidades de éxito? - insisto.
- No se saben . Nunca se ha hecho esa operación.
- Hmmm.... O sea que cuando no quede más remedio, ¿no?- en ese momento me resulta inevitable imaginarme con la cara desfigurada.- Esperaré, entonces.
Esperaré.
Ya han pasado casi 5 años desde aquella primera consulta. Tenía tan sólo 19 años. En todo este tiempo he vuelto al hospital en muy contadas ocasiones. Tan sólo buscando nuevas opiniones. No puedo hacerme a la idea, ya que no existe una idea clara en la que pueda confiar. ¿Perder la esperanza? No me han dado ninguna, así que no la puedo perder.
Mientras tanto, soy consciente de la situación pero disfruto intensamente cada uno de mis días. Soy feliz. Cuento con las personas a las que quiero, y eso ya es bastante. Y espero, pero sin detenerme. Realmente todos deseamos algo en la vida, no?