jueves, 30 de septiembre de 2010

Cuestión de pasta


Esta mañana, cuando he abierto el armario de los dulces (sí, soy una glotona y los dulces me pierden) para ponerme a desayunar, una absurda cuestión me ha dejado cavilando:

¿Por qué, si dejas una bolsa de magdalenas abiertas, éstas se ponen duras y, si fueran galletas perderían su textura crujiente para convertirse en una blanda oblea?

En fin, mi humeante café me espera....

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Nada sigue igual

Decides irte a dormir. Inicias el ritual: comprobar que las luces están apagadas, la puerta cerrada y la persiana de tu habitación a media altura; cepillarte los dientes, enjuague bucal incluido, lavarte la cara, ponerte el pijama y... Y ponerte frente al espejo. Antes solía mirar fijamente, mis ojos reflejados parecían penetrarme con una fuerza helicoidal que me aleja y hace desconocer mi reflejo, para posteriormente volver de ese trance, de los subterráneos del alma, y reconocer a quien me mira. Desde aquel otro día, aprendí a observar y revisar de otro modo; debía asegurarme de pasar una noche tranquila o, por el contrario, permanecer en un estado de preocupada vigilia.

El miedo se convirtió en intranquilidad. Es curioso cómo, lo que en condiciones normales te supondría un sufrimiento o desazón, se convierte en práctica habitual que debes sobrellevar cuando el ¿sino? te sorprende en tu rutinaria vida.
Así, de una noche para otra, tuve que añadir un detalle más al nocturno ritual. Nocturno pues es la penumbra la que enturbia los anhelos, emborrona las esperanzas y descubre los temores. Una gota, tan sólo una necesito ver caer por la cara interna de mis mejillas para meterme entre las sábanas con una sonrisa y la alegría organizando mis planes para la mañana siguiente.

Algo ha cambiado. A los ojos de cualquier eminente especialista en la materia las diferencias serían mínimas, apenas apreciables; máximas para mí. Sé que no todo sigue igual, nada permanece inmutable, mucho menos cuando de células se trata. Difícil explicación, intensa sensación.

La intranquilidad se convierte en miedo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Complacencia

Desear o complacer. Agradar o disfrutar. Inherentes en ocasiones, tan distantes en otras. Diversos frentes abiertos convergen en un mismo origen, ese frente que palpita dentro de cada uno y que, paradójicamente, solemos descuidar más, dilatando en el tiempo su cuidado. Pero, ¿hasta cuánto puede resistir, confiando sus deseos al azar?

Puede llegar el día en que el hastío, el egoísmo, o quizá el tomar conciencia de que la vida se nos escapa, sin remedio ni freno, entre los dedos, siempre de otros, de aquellos que imperceptiblemente un día jugaron a enredar los hilos de esta marioneta, sorprendentemente decidamos satisfacer nuestras ansias, dejando en la sombra esas voces que nunca nos abandonaron.

Será entonces cuando no importarán los sacrificios de antaño, los desvelos y atenciones, las responsabilidades agenciadas que jamás nos pertenecieron, los detalles que nunca faltaron pero que no por ello dejaron de suponer esfuerzos y tantos gestos, caricias y favores, pues cuán rápido se olvida la generosidad que nos regalan y, sin embargo, quedará grabado a fuego en nuestra memoria el instante en que dejemos de ser receptor de una actitud que nunca debió considerarse obligación.

Escucho tu voz: "Cuanto más intentes complacer a los demás, menos complacerás tus deseos".