Decidimos firmar un pacto: jugaremos a amarnos, propusiste.
Ante tu sorpresa, acepté. Desplegamos el damero.
- Amémonos como los protagonistas de este juego: rey y reina. Yo, mataré por ti; tú, pensarás que me proteges - dijiste cual ajedrecista.
-Jaque mate - respondí. - Olvidé jugar en el mismo equipo.