lunes, 15 de mayo de 2017

Nuestro hotel de 6 estrellas

Bajo A habitación 8. Baño compartido. Seis metros cuadrados. Cama doble. Sin ventanas, sólo una puerta que da a un patio interior que sirve de tendedero y trastero. Dos mesillas desangeladas y una luz amarilla colgando del techo. No hay armarios ni espejo, sólo una estantería vacía y desvencijada y un taburete para poder llegar al único enchufe situado a dos metros del suelo. Algunas flores secas abandonadas en el rincón decoran la estancia con el olor olvidado que un día tuvieron.

Te miro de reojo componiendo canciones
- que nunca serán para mí -
y me creo en el paraíso. 

- Nuestro hotel de 6 estrellas - bromeas. 
Y no es cierto. Es de todas las estrellas que han brillado mientras me has hecho tocar el cielo. 
Me siento en la suite del mejor hotel de la ciudad. Con terraza privada y jacuzzi. Nos sobra la mitad de la cama y toda la ropa. Luz ambiente. El minimalismo sólo roto por un ramo de flores recién cortadas que aún conservan el rocío.  

Y así mis días. Maldiciendo al destino que no nos hizo coincidir cuando todo habría sido más fácil 
- aunque todo siempre haya sido demasiado bonito -. 
Cuando el "todo va a salir bien" se diera por asegurado y pudiera robarte los mejores besos a la luz del día de todas las ciudades, pasear agarrados de la mano o hacernos fotos a las que volver y recordar aquellos días. Cuando no existiera el miedo al nunca más, al olvido, a no ser Ella, a otra vida mejor, a otra piel y más heridas. 

Otra vez te irás. Otra vez las despedidas. 
Otra vez que ya no habrá.