
Abrió la ventana. Una gélida corriente cerró de un portazo las puertas. Al frotarse los ojos para aclarar su mirada, observó la espesa niebla que se cernía sobre el horizonte. Apenas si podía percibir la rutilante luz olvidada del balcón de enfrente.
La Flor de Pascua, asombrosamente, aún mostraba sus grandes hojas rojas. Quizás era lo único que había sobrevivido en aquella casa.
Con sus pensamientos como más sincera compañía, se enfundó la raída manta alrededor de su fatigado cuerpo y, acunado en la mecedora, se quedó dormido.
El silbido de la cafetera lo despertó. ¿Cuánto tiempo llevaba dormido? No recordaba haber encendido el fuego, y su dolor de cuello le revelaba que había reposado en la vieja mecedora más tiempo del que debiera.
Abrió la puerta para recoger la prensa diaria. Los periódicos de los tres últimos días se apilaban junto a la alfombrilla. ¡Qué extraño! - pensó.
Los titulares alarmaban de la situación: la ola de calor había acabado con la vida de varios ancianos en la última semana.
Desde aquel día, nada volvería a ser igual.